Cambios
He tenido la suerte de crecer en un entorno muy hermoso. Mires hacia donde mires las
montañas asoman, no puedes alejarte de ellas; la naturaleza está al alcance de todos los
sentidos. En ocasiones, me acostumbro a ello, de tal manera que los sentidos se apagan,
desvaneciéndose por ello el asombro y la curiosidad.
Recuerdo que, hace no muchos años, tuve una sensación muy viva. Viajé al pueblo y, como
siempre, lo que hago es salir al jardín, saludar a los perros y dar un paseo. Ese día me paré
enfrente del dondiego, una planta que normalmente está repleta de flores rosas y rodeada de
abejorros negros. La observaba y no había ni rastro de flores ni abejorros. Alcé la vista al
bambú que vive a su lado; tampoco estaban sus hojas ni los pájaros que anidan en él. Me
quedé perpleja. Con asombro me pregunté “¿Será posible que en unos meses todo vuelva a
aparecer?” Y así fue, al poco tiempo las flores brotaron de nuevo, los abejorros volvieron a revolotear a su alrededor y los pájaros cantaban y echaban su siesta en el bambú. Todo estaba bien organizado.
La naturaleza es para mí una maestra; me enseña año tras año, día tras día, estación tras
estación la impermanencia de la vida, que todo cambia y que está bien. A veces, me olvido de
ello y voy en contra de ese aprendizaje; creo que los seres humanos con frecuencia vamos en
contra de ese aprendizaje.
Cuando acontece un cambio, aparece el miedo, que dice: “peligro”. Si pudiéramos escucharlo
de verdad en nuestro cuerpo, nos daríamos cuenta de que la mayoría de las veces, no existe
tal peligro, pero la mente lo interpreta así y asusta al cuerpo. Pareciera que nos
tambaleáramos, esperando lo peor, pero, ¿por qué tiene que ser así?, ¿por qué no esperar lo
mejor?, ¿por qué no confiar? Ahí está el asunto, desde ese miedo creemos que la seguridad no
está en nosotros, no está en nuestra misma naturaleza y clamamos que todo siga igual, yendo
contra esa sabiduría. El pájaro que está posado en la rama sabe que cuando ésta se rompa
puede echar a volar. Confía. No tiene la certeza absoluta de que la rama no se vaya a romper,
sino que sabe que tiene la capacidad de echar a volar.
En estas fechas navideñas, próximas al fin y comienzo del nuevo año, donde los propósitos
asoman por todos los lados, ojalá que dejemos que la mente no tenga tanto ruido, podamos
calmar y tranquilizar a nuestro cuerpo y que este nos vaya mostrando esa confianza que tiene
el «pajarín».
Patricia Enríquez Núñez