EL cuidado
Esta palabra proviene del verbo latino cogitare, pensar, etimológicamente “perseguir algo en la mente”, y así es, el cuidado persigue la noble intención de cuidar, pero a veces solo tiene en cuenta el pensamiento, cuando hay otros agentes implicados. “Pienso, luego existo”, necesita actualizarse.
El cuidado sin amor, no puede ser cuidado, y el amor además de cabeza, es corazón, cuerpo y alma. El amor no teme al apego, más aún lo vuelve sano y seguro, como bien dice el principito “no quiere, ni posee, sino que desea lo mejor para el otro y permite que sea feliz aun cuando el camino sea diferente al de uno mismo”.
Para ello, el cuidado necesita cuidar sus emociones, sus pensamientos y donde se vierten las mismas, es decir, su propio cuerpo.
Hacerse amigo amablemente de esos lugares suyos no habitados, poder llorar, enfadarse, reír, alegrarse… dejar que el cuerpo pueda ir tomando una nueva forma, así como la cabeza.
Escuchar y mover partes que en su día no pudieron ser escuchadas ni movidas, quedando en la piel fuertemente pegadas. Si no, y bien lo sabe, le aparece la prisa, la cual adolece de tiempo y es acompañada por soluciones rápidas, exigencia, satisfacción inmediata, complacencia, por no mover ficha no vaya a ser que las cosas cambien, pero es que las cosas necesitan cambiar.
El cuidado cuando camina con el amor es valiente porque en ocasiones las palabras y el silencio que emanan de él no son fáciles de escuchar. No está permanentemente 24 horas, como un servicio de urgencias, puesto que precisa retirarse de vez en cuando para seguir cuidándose, a veces en soledad y otras acompañado de los suyos.
Sólo es desde su propio cuidado, cuando el cuidado puede cuidar.
Patricia Enríquez Núñez